jueves, 25 de septiembre de 2008

Educando a mi perro

El Santos es un perro mestizo que hace 3 años adopté, nació en la puerta de una casa en San Andrés Cholula y tres semanas después de haber nacido lo traje a mi hogar para cuidarlo y alimentarlo. Dado que la cuadra en la que nació vivía mi hermana, conocí a la madre del cachorro y al padre también, ambos eran de tamaño superior al promedio, por lo que era seguro que el recién adoptado perrito alcanzaría una talla muy alta, así fue: mi perro es enorme.

Estuve conciente en un inicio de que tomar la decisión de tener un perro grande en una casa pequeña es una gran responsabilidad, por lo que tuve que visualizar el tipo de compromisos a los que tendría que adaptarme durante el tiempo de vida del perro. Nunca he sido partidaria de la alternativa de regalar a una mascota por que ya no se acomoda a tu estilo de vida, mi filosofía responde a la convicción de que contar con un compañero canino es en sí mismo un estilo de vida que se adopta junto con el animalito.

Así que desde pequeño definí los límites que le pondría a él y a mí misma, tomando en cuenta sus futuras dimensiones y mi umbral de tolerancia. Por ejemplo, no soporto que un perro grande busque a toda costa recibir cariño como si fuera del tamaño de un french-poodle levantándose en dos patas para darte un “abrazo” y un baboso lengüetazo, como los que Dino el perro de los Picapiedra propinaba al malhumorado Pedro. Mientras era pequeño hubiera podido aguantarlo y hasta ternurita me hubiera dado, pero no hubiera sido justo permitírselo 6 meses y al séptimo pegarle de gritos y garrotazos, por que su tamaño de pronto lo volviera molesto. Así que nunca nunca, ni cuando medía menos de veinte centímetros le permití brincar y poner su patotas sobre mi.

Tampoco le permití jalarme con la cadena en los paseos, subir a mi cama, emitir gruñidos, brindar mordiscos o acercarse intempestivamente a otras personas o perros. Por otra parte lo que si le permití es socializar con quien aceptase su amistad, así que los vecinos animaleros, los niños y otros perros con dueños amigables conocen al Santos, le tienen confianza y permiten que juegue con ellos, bajo mi estricta vigilancia y nunca por su cuenta. Él es un perro sociable y simpático, pero también muy grande y amenazador.

Todos los días lo saco a correr, al menos dos veces al día, lo que me implica muchas veces posponer algunos compromisos para cumplir con este deber. Si su paseo falta, estoy conciente de que muy probablemente el perro ladrará toda la noche o destrozará el bote de basura, al parecer el chico tiene un poco de nociones de justicia y no tolera ser tratado como perro abandonado por una madre irresponsable.

A cambio de paseos y apapachos, el Santos me da una incondicional compañía, sabe andar en coche, caminar despacio con cadena y sin ella, obedece siempre a mi llamado y se mantiene echado o sentado sin protestar por algunas horas cuando me acompaña a resolver pendientes por las calles. También me protege, vivo sola y me da mucha seguridad saber que él siempre estará alerta si algún extraño se acerca. Me hace reír con sus gracias y me despierta temprano todas las mañanas (con el sonido del movimiento de su colita golpeando la puerta), por las tardes y en momentos de estrés me comparte endorfinas y con él siento que los peores días valen la pena, así como lo valen los gastos que su bienestar me generan, aunque algunas veces tenga que sacrificar algunos gustos por ponerle una vacuna, curarle una enfermedad y comprarle el mejor alimento.

Lo que acabo de describir es una pequeña síntesis de lo que implica tener una mascota, ellos no son juguetes, son seres vivos que requieren cuidados y educación para que nos puedan brindar la buena compañía y seguridad que esperamos de ellos. La consistencia, paciencia, tolerancia y visión de futuro, son esenciales, como lo son en cualquier proceso educativo o vínculo perdurable sano. También hace falta mucha información y estudio antes de decidir establecer el compromiso de adoptar cualquier mascota. Creo que, como en todo, la ignorancia y falta de conciencia, pueden hacernos pasar muy malos ratos y, aunque sea sin mala intención, también provocar el sufrimiento de un ser inocente, gracioso, tierno y medio borrachín como el siguiente:

santosindio

martes, 16 de septiembre de 2008

¿Cómo te organizas?

Tiendo a ser bastante ordenada con mis cosas, clasifico mis libros por tema y autor, mi ropa por tipo y color, mis cosméticos por su orden en uso al arreglarme. Todo todo tiene un lugar específico en mi casa y es extraño que no devuelva algún objeto al espacio que le corresponde inmediatamente después de terminar de utilizarlo.

Cuando algo queda fuera de su lugar, por descuido mío o de alguien más, puedo tardar horas en encontrarlo y además me obsesionaré tanto con hacerlo, que puedo llegar tarde al compromiso más importante por empecinarme en la búsqueda. Doblo y ordeno hasta la ropa sucia y aunque la pulcritud en mi casa es imposible por tener tanto perro (3), también trato de mantenerlo todo sacudido y reluciente.

No creo que mi actitud sea compulsiva, ni patológica...simplemente es un recurso que me da paz y me ahorra bastante tiempo. También es un efecto compensatorio de mi alto nivel de dispersión y despiste, provocado por mi afán meditabundo y mi manía por pensarme demasiado la vida. Tener cada cosa en su lugar, hace que ciertas tareas mundanas y repetitivas puedan automatizarse para no invertir valiosas sinapsis en resolverlas.

Curiosamente a pesar de esto hay veces que en un par de horas, puedo convertir mi casa, sobre todo la segunda planta... en un auténtico muladar. Esto generalmente coincide con un estado anímico decaído y triste, que de manera usual llego a padecer cuando sucede algo en mi entorno que considero una total injusticia o cuando doy una metida de pata espectacular, de esas que suelen suceder por el simple hecho de existir viviendo.

La semana anterior me sucedió lo segundo, metí la pata con un grado de profundidad inconmensurable, para el viernes mi recámara era un desmadre, mi estudio zona de desastre, mi mochila un nido de ratas y mi aspecto, considero yo, bastante deplorable. Mi energía organizadora era nula, pero mi necesidad de que todo volviese pronto a su lugar, enorme. Así que, al tener un poco de dinero en la bolsa, le pedí a Juanita, una bella persona experta en labores domésticas, ordenara mi cuarto y estudio rigurosamente.

El domingo por la tarde volví a casa luego de haber cerrado el capítulo de una semana llena de atrevimientos. Llegué, encendí el calentador, me bañé...me sequé con toallas limpias, estiré mi mano y allí estaba la crema, un poco más a la izquierda el desodorante, ropa interior limpia en el cajón correspondiente, mi piyama bajo la almohada. Ya bañada, empiyamada y perfumada, me cubrí con la cobija de los pies de la cama, encendí la lámpara y, con solo estirar la mano, al lado de mi colchón encontré el libro que estoy leyendo.

Si Juanita no hubiera hecho estas maravillas, lo más probable es que yo pasara al menos otro par de semanas con todo desordenado, no sólo en casa, sino en mi cerebro. Hoy, hasta tuve energías para ordenar mi mochila y para ponerme wapa. He escrito dos posts, sacado mil pendientes y no me estresa haberla regado tan gacho durante la semana anterior, tengo el sentimiento de que todo volverá a su estante mental, mientras mantenga el orden en mi casa.

Ufff, si hubiera descubierto este remedio antes, cuantos dolores de cabeza me hubiera ahorrado. De aquí en adelante, como parte de cualquier proceso de recuperación emocional, echaré por delante solicitar los servicios domésticos de una experta en orden y limpieza. Seguramente me será más sencillo conservar la paz interior, si un agente externo se responsabiliza por la exterior. Tal vez podría funcionar a la inversa...quien sabe.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Malas palabras

"Las únicas malas palabras, son las que se callan" - Flor

jueves, 4 de septiembre de 2008

Teatro Foro

Un grupo de amigos sale de un antro, al llegar al auto el conductor se da cuenta de que le han robado un tapón a la llanta, su chava parece realmente preocupada y él furioso. Otra pareja se besa sin parar y al parecer no hacen mucho caso a la situación, lo que desean es seguir la fiesta. El último de los miembros del grupo, se encuentra entre ambas parejas, más preocupado que divertido.

Suben al auto, ya en camino el conductor se nota realmente malhumorado, mientras su amigo le agradece la invitación y le indica cómo llevarlo a su casa, la pareja de “enamorados” sigue besándose…

El trayecto transcurre y la situación es cada vez más tensa, el conductor se precibe exasperado por su novia y por su amiga a quien tacha de zorra, en un desplante decide solicitar a la primera bajar del auto, al no hacerlo por propia voluntad literalmente la baja a madrazos!!!...mientras tanto la pareja del asiento trasero no deja de besarse indiferente a la situación, y el amigo solitario sorprendido e indignado, trata de hacer entrar en razón a la pareja en problemas, sobre todo al agresivo conductor y defender a la chica…


Todo esto sucede en un escenario, los espectadores en sus butacas miran espeluznados la madriza y el acto termina. Entonces aparece el “comodín”…un sujeto que surge desde las butacas para invitar a silbatazos a los sorprendidos observadores a tomar parte de la acción, a ser agentes de transformación poniéndose dentro de la situación, tomando el lugar de cualquiera de los actores. ¿Tu qué harías, cómo le harías?...

El acto comienza de nuevo…los espectadores ahora pueden ser actores y la situación se repite hasta que, con su participación, la mayor parte del público queda conforme con el desenlace. Así sucedió un ejercicio de TEATRO FORO, en la Ciudad de Puebla, así fue mi primera experiencia “en serio” viviendo el Teatro del Oprimido, creado por Augusto Boal. Así fue como me expresé esta tarde contra la violencia de género y también contra la indiferencia que la solapa, así es como creo que puede cambiarse el mundo…dejando de ser un tibio espectador y actuando.