domingo, 31 de agosto de 2014

El corazón de la tierra

Nací en un centro urbano importante, la cuarta mayor ciudad en un país de 100 millones de habitantes, de los cuales minoría viven cómodamente en las grandes ciudades que los españoles fundaron en regiones de climas benevolentes y abundancia de recursos naturales, nací en un país en el que la mayoría vive en condiciones de pobreza en zonas maltratadas por las peores injusticias, nací en un país conquistado, colonizado y que nunca ha llegado a ver del todo la independencia.

Crecí en una casa ubicada en un fraccionamiento en las orillas del río Atoyac, en una zona que alguna vez fue hacienda,  cerca había todavía caballerizas y pastores,  muchas mañanas de mi infancia las pasé observando  por las ventanas muchos rebaños de ovejas alimentándose en los terrenos que poco a poco se tapizaron de casas, centros comerciales, avenidas  y hoteles.  Teníamos un jardincito, siempre muy cuidado y apto para el juego, con un jardinero muy cumplido que podaba pasto y plantas cada quince días. La naturaleza era algo cercano, apreciado, pero también un poco ajeno.

En la adolescencia escapaba con mis amigos a unos campos cercanos a ver el atardecer y a escuchar heavy metal, esos campos se convirtieron después en la universidad en la que estudié  y en la que ahora trabajo, muy cerca está el centro comercial más exclusivo de la ciudad y un par de kilómetros más allá fraccionamientos lujosos en los que el metro cuadrado de terreno se vende en dólares, de campo ya queda poco.

Al terminar la licenciatura salí de la casa familiar para vivir a la hermosa y antigua Cholula, persiguiendo un poco de verdor y sencillez renté una casita muy rústica cerca de la UDLAP, me iba en bicicleta a mis clases de maestría y comencé a gozar de un estilo de vida muy particular uno que si se aprende a apreciar se te pega intensamente en el alma. Allí fue que tuve mis primeras plantas, que ya sin el jardinero quincenal, tuve que aprender a cuidar por mí misma, por ignorancia y falta de experiencia tuve bastantes bajas en el proceso.

Llevo 14 anos acá y también, como en Puebla, he observado cómo se modifica el paisaje. Cada vez menos terrenos de siembra y más edificaciones bastante improvisadas con departamentos y casitas pequeñas que rentan para estudiantes o venden a parejas jóvenes, ya tenemos cine y supermercado. Restaurantcitos, antros, tienditas de: tatuajes, ropa, bicicletas, productos orgánicos, entre otros negocitos que con frecuencia van cambiando de giro.

Hace 7 años y por un lapso de 2, trabajé en el Jardín Etnobotánico Francisco Peláez Roldán en San Andrés Cholula, allí sí que aprendí de plantas y de la tierra en la que crecen, pero más interesante aún, de cómo los pobladores en las Cholulas se relacionan con ellas para alimentarse, hacer negocios, curar y crear rituales que acompañan a los ciclos de la naturaleza. Conocí el nombre de las aves e insectos que hacen vida con la agricultura, con los jardines y macetas en los balcones y también con los terrenos “improductivos”.  En el proceso pude comprender el verdadero significado de la palabra ecosistema y la manera tan arbitraria en la que, en nombre del progreso, se altera de manera muchas veces irremediable.

Entendí que un elemento importante de un ecosistema en equilibrio está en el corazón de las personas que han aprendido a conocer los ciclos de la naturaleza y a apreciar el trabajo en la tierra. No importa el modo de siembra, a gran escala o para el autoconsumo, en cualquiera de sus modalidades cultivar la tierra te obliga a estar familiarizado con el sol, la lluvia, las estaciones del año, las aves, los insectos y en general todas las formas de vida.  Y en la construcción de esa relación se forman personas compasivas,  disciplinadas, curiosas, humildes y sobre todo con un gran aprecio por la autonomía, pues saber de la tierra y de sus frutos, es saber vivir y sobrevivir. Quien tiene tierra y semillas, sol y lluvia, lo tiene todo.

Y de esta idea tan sencilla se han formado grandes culturas y religiones, la identidad de cientos de miles de personas se constituye de este principio de relación con su entorno. Es por esto que creo que cuando has nacido y crecido en una sociedad que todavía se rige por los principios elementales de la naturaleza, o cuando has sido adoptado por una de ellas, resulta sumamente doloroso que otras personas que crecieron urbanas y que nunca han visto más allá de ello, impongan arbitrariamente su lógica de fraccionamientos cerrados, centros comerciales y parques brillocitos para los turistas. La lógica del dinero y el asfalto nos rompe el corazón y el alma a los que llevamos un modo de vivir más apegado a la vida, también les fractura la identidad a los que ancestralmente han heredado modos de convivencia más genuinos que los de la apariencia, el consumo absurdo y la escala social.

Lo que sucede actualmente en Cholula es una muestra de cómo han ido despedazando siglo tras siglo el alma de los mexicanos y me aventuro a afirmar que es el caso de todos los pueblos colonizados. García Márquez en su cuento “Buen viaje , señor presidente” escribió: “-La palabra mestizaje significa mezclar las lágrimas con la sangre que corre. ¿Qué puede esperarse de semejante brebaje?”. Hemos encontrado la respuesta a esta pregunta en nuestra realidad, brebaje semejante sí, a la peor de las pesadillas: narcotráfico, secuestros, migración irregular, explotación, niños que mueren de enfermedades curables, tráfico de personas, represión…  todas ellas acciones organizadas por los monstruos que son paridos por sociedades sin identidad, sin alma, sin corazón, sin tierra. Porque cambiar tierra por maquila no es crear fuentes de empleo, es una fórmula ideal para multiplicar la violencia y la muerte.

Esto que hacen gobiernos en complicidad con avaros empresarios, no es dignificar nada, no es progreso para nadie, no es desarrollo. Es cambiar oro por baratijas, es conquistarnos y colonizarnos sistemáticamente con el dios del dinero, que socorre a tan pocos y que deja huérfanos a tantos.

Comenzar a escribir otra historia es urgente, aunque no sé si posible si nos siguen expropiando con tanta violencia el corazón de la tierra, el aprecio por la vida. 


1 comentario:

::júbilo::haku:: dijo...

no hay lugar en el mundo para la nostalgia.