jueves, 17 de julio de 2008

Sobre héroes, tumbas, blogs y otras cavilaciones

Hoy conocí un blog que me gustó, lo escribe Alex Ramírez, siempre me inclino por los blogs personales, más que por aquellos temáticos o de tecnología, creo que como una casa, son un pedacito de alma de los autores...también creo que los que escribimos sobre nosotros mismos tenemos algo de exibicionistas y hasta de narcisistas, pero quién dice que eso es malo...simplemente somos personas que se nos da compartirnos y eso para mí es una cualidad, más que un defecto.

Hubo un post de Alex que me hizo recordar una reciente lectura, el libro "Sobre héroes y tumbas" de Ernesto Sabato que hace poco me regaló mi hermana Damiana, también me acordé de un sueño y de mis ganas locas de vivir una vida salida de la más pura ficción, cosa que no se me da y por eso mejor leo. Sabato es de mis autores favoritos, sus escritos son como estos blogs personales que tanto me gustan: transparentes, narcisos, honestos y con una enorme sensibilidad hacia la naturaleza humana con todas sus miserias y manías.
Una de las miles de manías que tengo: preguntar a los libros cuando por mí misma no encuentro respuestas...elaboro interrogantes y luego me pongo a leer, entonces se abre un diálgo que en la mayoría de los casos me sorprende...porque encuentro ordenado en palabras lo que en mi alma y cabeza está revuelto...Comparto una de mis charlas nocturnas con el libro de Sabato, los cuestionamientos tienen que ver con el absurdo de creer en conexiones cósmicas entre dos desconocidos, charla que el citado post, con su respectiva foto me devolvió a la memoria:
(En morado mi pregunta, en cursiva las palabras del autor...disfrútenlas)
Sobre el primer encuentro de Martín y Alejandra:
“…seguía manteniendo la imagen fugaz de la desconocida (sentada a sus espaldas en la banca de un parque), la mancha azul de su pollera, el negro de su pelo lacio y largo, la palidez de su cara, su rostro clavado sobre él. Apenas eran manchas, como en un rápido boceto de pintor, sin ningún detalle que indicase una edad precisa ni un tipo determinado. Pero sabía —recalcó la palabra— que algo muy importante acababa de suceder en su vida: no tanto por lo que había visto, sino por el poderoso mensaje que recibió en silencio”.
“… casi nunca suceden cosas. Un hombre cruza el estrecho de los Dardanelos, un señor asume la presidencia en Austria, la peste diezma una región de la India, y nada tiene importancia para uno…En cambio, en aquel momento, tuve la sensación nítida de que acababa de suceder algo. Algo que cambiaría el curso de mi vida.”
“No podía precisar cuánto tiempo transcurrió, pero recordaba que después de un lapso que le pareció larguísimo sintió que la muchacha se levantaba y se iba. Entonces, mientras se alejaba, la observó: era alta, llevaba un libro en la mano izquierda y caminaba con cierta nerviosa energía. Sin advertirlo, Martín se levantó y empezó a caminar en la misma dirección. Pero de pronto, al tener conciencia de lo que estaba sucediendo y al imaginar que ella podía volver la cabeza y verlo detrás, siguiéndola, se detuvo con miedo. Entonces la vio alejarse en dirección al alto, por la calle Brasil hacia Balcarce.
Pronto desapareció de su vista.
Volvió lentamente a su banco y se sentó.
—Pero… ya no era la misma persona que antes. Y nunca lo volvería a ser.”
Sobre la ESPERANZA y un nuevo encuentro:
“Pasaron muchos días de agitación. Porque sabía que volvería a verla, tenía la seguridad de que ella volvería al mismo lugar. Durante ese tiempo no hizo otra cosa que pensar en la muchacha desconocida y cada tarde se sentaba en aquel banco, con la misma mezcla de temor y de esperanza. Hasta que un día, pensando que todo había sido un disparate, decidió ir a la Boca, en lugar de acudir una vez más, ridículamente, al banco del parque Lezama. Y estaba ya en la calle Almirante Brown cuando empezó a caminar de vuelta hacia el lugar habitual; primero con lentitud y como vacilando, con timidez; luego, con creciente apuro, hasta terminar corriendo, como si pudiese llegar tarde a una cita convenida de antemano.
Sí, allá estaba. Desde lejos la vio caminando hacia él.
Martín se detuvo, mientras sentía cómo golpeaba su corazón.
La muchacha avanzó hacia él y cuando estuvo a su lado le dijo:
—Te estaba esperando.
Martín sintió que sus piernas se aflojaban.
—¿A mí? —preguntó enrojeciendo.
No se atrevía a mirarla, pero pudo advertir que estaba vestida con un sweater negro de cuello alto y una falda también negra, o tal vez azul muy oscuro (eso no lo podía precisar, y en realidad no tenía ninguna importancia). Le pareció que sus ojos eran negros…Y cuando la vio por segunda vez advirtió con sorpresa que sus ojos eran de un verde oscuro. Acaso aquella primera impresión se debió a la poca luz, o a la timidez que le impedía mirarla de frente, o, más probablemente, a las dos causas juntas. También pudo observar, en ese segundo encuentro, que aquel pelo largo y lacio que creyó tan renegrido tenía, en realidad, reflejos rojizos. Más adelante fue completando su retrato: sus labios eran gruesos y su boca grande, quizá muy grande, con unos pliegues hacia abajo en las comisuras, que daban sensación de amargura y de desdén”.
Sobre la construcción de un encuentro que se hace recuerdo y que es casa y es alma:
Ya que no bastan —pensaba— los huesos y la carne para construir un rostro, y es por eso que es infinitamente menos físico que el cuerpo: está calificado por la mirada, por el rictus de la boca, por las arrugas, por todo ese conjunto de sutiles atributos con que el alma se revela a través de la carne. Razón por la cual, en el instante mismo en que alguien muere, su cuerpo se transforma bruscamente en algo distinto, tan distinto como para que podamos decir "no parece la misma persona", no obstante tener los mismos huesos y la misma materia que un segundo antes, un segundo antes de ese misterioso momento en que el alma se retira del cuerpo y en que éste queda tan muerto como queda una casa cuando se retiran para siempre los seres que la habitan y, sobre todo, que sufrieron y se amaron en ella. Pues no son las paredes, ni el techo, ni el piso lo que individualiza la casa sino esos seres que la viven con sus conversaciones, sus risas, con sus amores y odios; seres que impregnan la casa de algo inmaterial pero profundo, de algo tan poco material como es la sonrisa en un rostro, aunque sea mediante objetos físicos como alfombras, libros o colores. Pues los cuadros que vemos sobre las paredes, los colores con que han sido pintadas las puertas y ventanas, el diseño de las alfombras, las flores que encontramos en los cuartos, los discos y libros, aunque objetos materiales (como también pertenecen a la carne los labios y las cejas), son, sin embargo, manifestaciones del alma; ya que el alma no puede manifestarse a nuestros ojos materiales sino por medio de la materia, y eso es una precariedad del alma pero también una curiosa sutileza.
Como si se conocieran de antes, ¿la conexión?
"Vine para verte", dijo Martín que dijo Alejandra. Ella se sentó en el césped. Y Martín ha de haber manifestado mucho asombro en su expresión porque la muchacha agregó:
—¿No crees acaso, en la telepatía? Sería sorprendente, porque tenés todo el tipo.
Cuando los otros días te vi en el banco, sabía que terminarías por darte vuelta. ¿No fue
así? Bueno, también ahora estaba segura de que te acordarías de mí.
Martín no dijo nada. ¡Cuántas veces se iban a repetir escenas semejantes: ella adivinando su pensamiento y él escuchándola en silencio! Tenía la exacta sensación de conocerla, esa sensación que a veces tenemos de haber visto a alguien en una vida anterior, sensación que se parece a la realidad como un sueño a los hechos de la vigilia.
¿Algo así es el amor? ¿Vale la pena arriesgarse por él, aunque no sea eterno?
“Martín dijo que aunque no hubiese pasado nada entre ellos, aunque sólo hubiera estado o hablado con ella en una única ocasión, a propósito de cualquier nimiedad, no habría podido ya olvidar su cara en el resto de su vida.
Y aún entonces, ya muerta Alejandra, y después de haber mantenido con ella una relación tan intensa, no alcanzaba a ver con claridad en aquel gran enigma; y se solía preguntar qué habría hecho en aquel segundo encuentro si hubiera adivinado que ella era lo que luego los acontecimientos revelaron. ¿Habría huido?....:
—Sufrí con ella tanto que muchas veces estuve al borde del suicidio.
"Y, no obstante, aun así, aun sabiendo de antemano todo lo que luego me sucedió, habría corrido a su lado."
Me fascinaba —agregó Martín— como un abismo tenebroso y si me desesperaba era precisamente porque la quería y la necesitaba. ¿Cómo ha de desesperarnos algo que nos resulta indiferente?”
Sobre la intención de alejarse y la necesidad de encontrarse:
“—Vos y yo tenemos algo en común, algo muy importante. Palabras que Martín escuchó con sorpresa, pues ¿qué podía tener él en común con aquel ser portentoso?
Alejandra le dijo, finalmente, que debía irse, pero que en otra ocasión le contaría muchas cosas y que —lo que a Martín le pareció más singular— tenía necesidad de contarle.
Cuando se separaron, lo miró una vez más, como si fuera médico y él estuviera enfermo, y agregó unas palabras que Martín recordó siempre:
—Aunque por otro lado pienso que no debería verte nunca. Pero te veré porque te necesito.
La sola idea, la sola posibilidad de que aquella muchacha no lo viese más lo desesperó. ¿Qué le importaban a él los motivos que podía tener Alejandra para no querer verlo?
Lo que anhelaba era verla. —Siempre, siempre —dijo con fervor. Ella se sonrió y le respondió: —Sí, porque sos así es que necesito verte.
En el momento en que se separaban, después de haber caminado unos pasos, recordó o advirtió que no habían combinado nada para encontrarse. Y volviéndose, corrió hacia Alejandra para decírselo.
—No te preocupes —le respondió—. Ya sabré siempre cómo encontrarte.
Sin reflexionar en aquellas palabras increíbles y sin atreverse a insistir, Martín volvió sobre sus pasos.”
Sobre el pesimismo, la desesperanza, la desilusión, el miedo….
“Desde aquel encuentro, esperó día a día verla nuevamente en el parque. Después semana tras semana. Y, por fin, ya desesperado, durante largos meses. ¿Qué le pasaría? ¿Por qué no iba? ¿Se habría enfermado? Ni siquiera sabía su apellido. Parecía habérsela tragado la tierra. Mil veces se reprochó la necedad de no haberle preguntado ni siquiera su nombre completo. Nada sabía de ella. Era incomprensible tanta torpeza. Hasta llegó a sospechar que todo había sido una alucinación o un sueño. ¿No se había quedado dormido más de una vez en el banco del parque Lezama? Podía haber soñado aquello con tanta fuerza que luego le hubiese parecido auténticamente vivido. Luego descartó esta idea porque pensó que había habido dos encuentros. Luego reflexionó que eso tampoco era un inconveniente para un sueño, ya que en el mismo sueño podía haber soñado con el doble encuentro. No guardaba ningún objeto de ella que le permitiera salir de dudas, pero al cabo se convenció de que todo había sucedido de verdad y que lo que pasaba era, sencillamente, que él era el imbécil que siempre imaginó ser.
Al principio sufrió mucho, pensando día y noche en ella. Trató de dibujar su cara, pero le resultaba algo impreciso, pues en aquellos dos encuentros no se había atrevido a mirarla bien sino en contados instantes; de modo que sus dibujos resultaban indecisos y sin vida, pareciéndose a muchos dibujos anteriores en que retrataba a aquellas vírgenes ideales y legendarias de las que había vivido enamorado. Pero aunque sus bocetos eran insípidos y poco definidos, el recuerdo del encuentro era vigoroso y tenía la sensación de haber estado con alguien muy fuerte, de rasgos muy marcados, desgraciado y solitario como él. No obstante, el rostro se perdía en una tenue esfumadura. Y resultaba algo así como una sesión de espiritismo, en que una materialización difusa y fantasmal de pronto da algunos nítidos golpes sobre la mesa. Y cuando su esperanza estaba a punto de agotarse, recordaba las dos o tres frases clave del encuentro: "Pienso que no debería verte nunca. Pero te veré porque te necesito". Y aquella otra: "No te preocupes. Ya sabré siempre cómo encontrarte".
¡Cuántos días desolados transcurrieron en aquel banco del parque! Pasó todo el otoño y llegó el invierno. Terminó el invierno, comenzó la primavera (aparecía por momentos, friolenta y fugitiva, como quien se asoma a ver cómo andan las cosas, y luego, poco a poco, con mayor decisión y cada vez por mayor tiempo) y paulatinamente empezó a correr con mayor calidez y energía la savia en los árboles y las hojas empezaron a brotar; hasta que en pocas semanas, los últimos restos del invierno se retiraron del parque Lezama hacia otras remotas regiones del mundo. Llegaron después los primeros calores de diciembre. Los jacarandaes se pusieron violetas y las tipas se cubrieron de flores anaranjadas. Y luego aquellas flores fueron secándose y cayendo, las hojas empezaron a dorarse y a ser arrastradas por los primeros vientos del otoño. Y entonces —dijo Martín— perdió definitivamente la esperanza de volver a verla.
La "esperanza" de volver a verla …. Y también se dijo:
¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como éstas? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse sólo nos proporcionarían frustración y amargura; motivo por el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.

¿Es que acaso somos habitantes de dos islas cercanas, pero separadas por insondables abismos de desesperanza?????

5 comentarios:

♣♥ TeFa ♥♣ dijo...

Simplemente, Hermoso... Amo los libros de Sábato...
Muchas gracias por haberme hecho leer estos fragmentos..
Saludos!!

Anónimo dijo...

Good fill someone in on and this post helped me alot in my college assignement. Say thank you you as your information.

El Sebas dijo...

De cierta manera en determinados momentos de mi vida me he sentido tan martín y he perdido tantas Alejandras...

hoy me encuentro saliendo de una de ellas y me encontré con esto al mismo tiempo que estoy en mi cuarta o quinta lectura del sobre héroes y tumbas

qué rico leerte

Lirrakbar dijo...

No puedo creer que recién encuentro este post.

Me encanta este libro, esta desde hace mucho rato entre mis libros favoritos. Y me ha encantado leer estos pedazos.

Apenas la semana pasada conocí el parque Lezama y confieso que me emocioné hasta la médula estando ahí.

Volveré por aquí.

Saludos.

Anónimo dijo...

Celebro este tipo de blogs!! Salud!