Hoy desayuné pan de muerto, café y un abrazo. Horas más tarde me disponía a meditar cuando escuché el zumbar de una mosca...entonces, mientras respiraba, agradecí y aprecié profundamente el don de escuchar. Fue entonces que el bicho, a través de sus alas, se transformó en maestro.
lunes, 2 de noviembre de 2015
domingo, 31 de agosto de 2014
El corazón de la tierra
Nací en un centro urbano importante, la cuarta mayor ciudad
en un país de 100 millones de habitantes, de los cuales minoría viven
cómodamente en las grandes ciudades que los españoles fundaron en regiones de
climas benevolentes y abundancia de recursos naturales, nací en un país en el
que la mayoría vive en condiciones de pobreza en zonas maltratadas por las
peores injusticias, nací en un país conquistado, colonizado y que nunca ha
llegado a ver del todo la independencia.
Crecí en una casa ubicada en un fraccionamiento en las
orillas del río Atoyac, en una zona que alguna vez fue hacienda, cerca había todavía caballerizas y
pastores, muchas mañanas de mi infancia
las pasé observando por las ventanas
muchos rebaños de ovejas alimentándose en los terrenos que poco a poco se
tapizaron de casas, centros comerciales, avenidas y hoteles.
Teníamos un jardincito, siempre muy cuidado y apto para el juego, con un
jardinero muy cumplido que podaba pasto y plantas cada quince días. La naturaleza
era algo cercano, apreciado, pero también un poco ajeno.
En la adolescencia escapaba con mis amigos a unos campos
cercanos a ver el atardecer y a escuchar heavy metal, esos campos se
convirtieron después en la universidad en la que estudié y en la que ahora trabajo, muy cerca está el
centro comercial más exclusivo de la ciudad y un par de kilómetros más allá
fraccionamientos lujosos en los que el metro cuadrado de terreno se vende en
dólares, de campo ya queda poco.
Al terminar la licenciatura salí de la casa familiar para vivir
a la hermosa y antigua Cholula, persiguiendo un poco de verdor y sencillez renté
una casita muy rústica cerca de la UDLAP, me iba en bicicleta a mis clases de
maestría y comencé a gozar de un estilo de vida muy particular uno que si se aprende
a apreciar se te pega intensamente en el alma. Allí fue que tuve mis primeras
plantas, que ya sin el jardinero quincenal, tuve que aprender a cuidar por mí
misma, por ignorancia y falta de experiencia tuve bastantes bajas en el proceso.
Llevo 14 anos acá y también, como en Puebla, he observado
cómo se modifica el paisaje. Cada vez menos terrenos de siembra y más
edificaciones bastante improvisadas con departamentos y casitas pequeñas que
rentan para estudiantes o venden a parejas jóvenes, ya tenemos cine y
supermercado. Restaurantcitos, antros, tienditas de: tatuajes, ropa,
bicicletas, productos orgánicos, entre otros negocitos que con frecuencia van cambiando de giro.
Hace 7 años y por un lapso de 2, trabajé en el Jardín
Etnobotánico Francisco Peláez Roldán en San Andrés Cholula, allí sí que aprendí
de plantas y de la tierra en la que crecen, pero más interesante aún, de cómo
los pobladores en las Cholulas se relacionan con ellas para alimentarse, hacer
negocios, curar y crear rituales que acompañan a los ciclos de la naturaleza. Conocí el nombre de las aves e insectos que hacen vida con la
agricultura, con los jardines y macetas en los balcones y también con los
terrenos “improductivos”. En el proceso
pude comprender el verdadero significado de la palabra ecosistema y la manera
tan arbitraria en la que, en nombre del progreso, se altera de manera muchas
veces irremediable.
Entendí que un elemento importante de un ecosistema en
equilibrio está en el corazón de las personas que han aprendido a conocer los
ciclos de la naturaleza y a apreciar el trabajo en la tierra. No importa el
modo de siembra, a gran escala o para el autoconsumo, en cualquiera de sus
modalidades cultivar la tierra te obliga a estar familiarizado con el sol, la
lluvia, las estaciones del año, las aves, los insectos y en general todas las
formas de vida. Y en la construcción de
esa relación se forman personas compasivas,
disciplinadas, curiosas, humildes y sobre todo con un gran aprecio por
la autonomía, pues saber de la tierra y de sus frutos, es saber vivir y
sobrevivir. Quien tiene tierra y semillas, sol y lluvia, lo tiene todo.
Y de esta idea tan sencilla se han formado grandes culturas
y religiones, la identidad de cientos de miles de personas se constituye de este
principio de relación con su entorno. Es por esto que creo que cuando has
nacido y crecido en una sociedad que todavía se rige por los principios
elementales de la naturaleza, o cuando has sido adoptado por una de ellas,
resulta sumamente doloroso que otras personas que crecieron urbanas y que nunca
han visto más allá de ello, impongan arbitrariamente su lógica de
fraccionamientos cerrados, centros comerciales y parques brillocitos para los
turistas. La lógica del dinero y el asfalto nos rompe el corazón y el alma a
los que llevamos un modo de vivir más apegado a la vida, también les fractura
la identidad a los que ancestralmente han heredado modos de convivencia más
genuinos que los de la apariencia, el consumo absurdo y la escala social.
Lo que sucede actualmente en Cholula es una muestra de cómo
han ido despedazando siglo tras siglo el alma de los mexicanos y me aventuro a
afirmar que es el caso de todos los pueblos colonizados. García Márquez en su
cuento “Buen viaje , señor presidente” escribió: “-La palabra mestizaje significa
mezclar las lágrimas con la sangre que corre. ¿Qué puede esperarse de semejante
brebaje?”. Hemos encontrado la respuesta a esta pregunta en nuestra realidad,
brebaje semejante sí, a la peor de las pesadillas: narcotráfico, secuestros,
migración irregular, explotación, niños que mueren de enfermedades curables,
tráfico de personas, represión… todas ellas
acciones organizadas por los monstruos que son paridos por sociedades sin identidad,
sin alma, sin corazón, sin tierra. Porque cambiar tierra por maquila no es
crear fuentes de empleo, es una fórmula ideal para multiplicar la violencia y
la muerte.
Esto que hacen gobiernos en complicidad con avaros
empresarios, no es dignificar nada, no es progreso para nadie, no es
desarrollo. Es cambiar oro por baratijas, es conquistarnos y colonizarnos
sistemáticamente con el dios del dinero, que socorre a tan pocos y que deja
huérfanos a tantos.
Comenzar a escribir otra historia es urgente, aunque no sé
si posible si nos siguen expropiando con tanta violencia el corazón de la tierra, el aprecio por la vida.
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